Hace unos días estuve en un tanatorio acompañando a una amiga que acababa de perder a su padre. Al salir, me invadía un sentimiento de pesadumbre y de tristeza difícil de explicar con palabras, una sensación muy parecida a la que experimenté cuando regresé a Gran Canaria a finales de agosto tras un viaje al extranjero. El accidente del avión de Spanair me pilló fuera, pero nada más pisar el aeropuerto me pareció que más bien estaba entrando en un tanatorio, en un lugar donde la gente se reconocía por la tristeza en la mirada, donde el que más, el que menos, había perdido a un conocido, a un amigo, a un primo o a un vecino, cuando no a un padre, a un hijo o a un hermano.
Debe ser muy difícil de asimilar el desgarro que provoca la muerte de un ser querido, que en este caso se unía al absurdo de un accidente que nunca debió ocurrir si las cosas se hubieran hecho bien. Recuerdo perfectamente que mi primera reacción nada más tener conocimiento de la noticia fue llamar a mis familiares para averiguar si había alguien de los nuestros a bordo de ese avión. Hasta que no conseguí hablar con mis padres no pude quedarme tranquilo.
En cualquier caso, las horas que transcurrieron desde el accidente hasta que la compañía publicó la lista de pasajeros y se supo quiénes habían muerto y quiénes no debieron ser horribles, trágicas, dolorosas, interminables para muchos. Piénselo por un instante.
Y una vez pensado, imagínense ahora lo que deben sentir esas familias en Malí o en Senegal que han visto a sus hijos partir y que no han vuelto a saber de ellos en meses, a quienes llega el eco lejano de algún naufragio de una patera en aguas de Canarias, que ven por televisión las imágenes de los cuerpos sumergidos en el fondo de un cayuco y que no aciertan a distinguir si hay alguien que conozcan en medio de ese amasijo de carne, el vacío cotidiano de la falta de noticias y, finalmente, la sospecha, que crece con los días, de que su hijo, de que la esperanza de toda la familia, de que aquel que partió en busca de fortuna, nunca llegó a tocar tierra, de que se hundió para siempre en el mar.
El accidente del Spanair me sorprendió, precisamente, en una región del sur de Senegal donde cientos de familias viven con ese vacío y con ese dolor. Ni funerales oficiales ni listas de pasajeros. Porque una cosa sí les puedo decir. Estos chicos y las personas que murieron en el avión de Spanair están hechos de la misma materia humana. Por si alguien se había olvidado.
lunes, 15 de septiembre de 2008
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1 comentario:
Me llamó profundamente la atención como para una mujer llegada en patera que había perdido marido e hijos no había protocolo de ayuda, depliege médico o sicológico sino que fue directa a la comisaría.
¿Creeis de verdad que todos somos la misma materia humana? NO. los hay con más y los hay con menos humanidad.
Séni.
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