Ya son 600 los muertos. Llevamos doce días asistiendo a una masacre en toda regla, a un acto de exterminación premeditada y sanguinario. A un lado, un pueblo encerrado entre muros, vallas y alambres de espino; al otro, una poderosa e implacable maquinaria militar que arrasa con todo a su paso, incluidos mujeres, ancianos y niños. El Gobierno y el Ejército israelíes, enloquecidos en medio de una auténtica orgía de sangre, no van a detenerse por esas menudencias.
He visto y he oído de todo durante estos días, gente que está a favor y gente que está en contra. Sólo una cosa me atrevo decir. Nada, absolutamente nada, puede justificar la violencia indiscriminada contra la población civil de la que ha hecho gala Israel en los últimos doce días. En realidad, ya sabíamos que era un Estado criminal que se burla permanentemente de las resoluciones de Naciones Unidas gracias a su alianza impenitente con los poderosos de la Tierra, pero esta exhibición grosera, esta matanza, este tiro al blanco con niños y bebés es infamia pura.
El sopor y los paños calientes de la comunidad internacional son sólo parte de un guión preescrito que considera el conflicto entre judíos y palestinos como una cuestión interna en la que nadie debe inmiscuirse, masacres incluidas. Perdonen las palabras gruesas, pero llevo días asqueado delante de la tele.
Mientras tanto, por nuestras latitudes, nada nuevo. Porque, en realidad, es también guión preescrito el caso de un joven negro que murió tiroteado a manos de la Gendarmería marroquí la pasada Nochevieja cuando intentaba entrar en España a través de la valla de Melilla. Vamos, que los gendarmes del régimen alauí siguen cumpliendo a la perfección y con pocos miramientos la tarea encomendada, que no es otra que hacernos el trabajo sucio. Un día echamos a los inmigrantes negros al desierto; otro, los tiroteamos. Lo dicho, una masacre.
miércoles, 7 de enero de 2009
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