Desde el pasado 25 de diciembre, más de 1.500 inmigrantes han llegado a la pequeña isla italiana de Lampedusa, en el Mar Mediterráneo, a bordo de barcazas. Se trata de la mayor arribada de los últimos años, que ha desbordado el único centro de internamiento que existe en el lugar y que trae de cabeza a las autoridades de este país. ¿Les suena? Apretamos las tuercas por un lado, en este caso por la costa atlántica, y las rutas de la emigración africana se trasladan con mayor intensidad a otras latitudes. No es una ciencia exacta, pero la imagen del río que se tapa por uno de sus brazos y se desvía hacia otro cauce describe bastante bien lo que ocurre con estos flujos migratorios continentales.
Lo más llamativo de todo es que las barcazas están llegando precisamente al país europeo que más ha endurecido en los últimos años sus políticas sobre inmigración, especialmente desde la llegada al poder de Silvio Berlusconi y sus aliados, los fascistas de la Liga Norte. El Gobierno transalpino no sólo ha dirigido sus iras contra determinadas minorías étnicas, sino que ha criminalizado la inmigración clandestina, ejemplo que, por cierto, ya siguen en España. Lo digo porque todavía hay quienes defienden que las medidas represivas y la mano dura son suficientes para cortar de raíz este fenómeno, algo que los hechos vienen a desmentir una y otra vez.
En Canarias, mientras tanto, ha terminado el año 2008 con un sensible descenso en la llegada de cayucos y pateras. Pero que nadie se llame a engaño. La presión migratoria hacia Europa, los hechos de Lampedusa lo demuestran, se mantiene vigente y los barcos y aviones que operan en la costa senegalesa y mauritana saben bien que se siguen interceptando expediciones suicidas hacia las Islas.
Por eso me llama mucho la atención escuchar a la secretaria de Estado de Inmigración, la inefable Consuelo Rumí, esbozar un gesto triunfal cuando presenta las cifras que apuntan a este descenso en la llegada de inmigrantes a España, lo que, por cierto, atribuye más al éxito de la represión que a la crisis internacional. Yo le pediría un poquito de prudencia a nuestras autoridades porque estas cosas me traen a la memoria las alabanzas y parabienes que se lanzaban todos en 2005 por la caída a la mitad en la llegada de pateras, justo en el momento en que se estaba fraguando la mayor y más intensa arribada de inmigrantes a nuestra tierra, que tuvo lugar al año siguiente.
Y, ya que estamos, decir también que me parece de un cinismo brutal que alguien pueda afirmar que en 2007 fallecieron 39 personas durante el trayecto hacia Canarias, como ha cuantificado recientemente este Gobierno cuando, en realidad, fueron no menos de 700. Otra cosa es que se quiera negar lo evidente y se llame “desaparecidos”, por ejemplo, a los 88 jóvenes que hace un año y medio se hundieron frente a los ojos de la tripulación del remolcador Conde de Gondomar al sur de Canarias para así no inflar la estadística oficial y que parezca que aquí no pasa nada. Por lo que a mí respecta, y me parece que es de sentido común, esos 88 chicos están muertos y habrá que contarlos. Por más que les pese a algunos.
Lo más llamativo de todo es que las barcazas están llegando precisamente al país europeo que más ha endurecido en los últimos años sus políticas sobre inmigración, especialmente desde la llegada al poder de Silvio Berlusconi y sus aliados, los fascistas de la Liga Norte. El Gobierno transalpino no sólo ha dirigido sus iras contra determinadas minorías étnicas, sino que ha criminalizado la inmigración clandestina, ejemplo que, por cierto, ya siguen en España. Lo digo porque todavía hay quienes defienden que las medidas represivas y la mano dura son suficientes para cortar de raíz este fenómeno, algo que los hechos vienen a desmentir una y otra vez.
En Canarias, mientras tanto, ha terminado el año 2008 con un sensible descenso en la llegada de cayucos y pateras. Pero que nadie se llame a engaño. La presión migratoria hacia Europa, los hechos de Lampedusa lo demuestran, se mantiene vigente y los barcos y aviones que operan en la costa senegalesa y mauritana saben bien que se siguen interceptando expediciones suicidas hacia las Islas.
Por eso me llama mucho la atención escuchar a la secretaria de Estado de Inmigración, la inefable Consuelo Rumí, esbozar un gesto triunfal cuando presenta las cifras que apuntan a este descenso en la llegada de inmigrantes a España, lo que, por cierto, atribuye más al éxito de la represión que a la crisis internacional. Yo le pediría un poquito de prudencia a nuestras autoridades porque estas cosas me traen a la memoria las alabanzas y parabienes que se lanzaban todos en 2005 por la caída a la mitad en la llegada de pateras, justo en el momento en que se estaba fraguando la mayor y más intensa arribada de inmigrantes a nuestra tierra, que tuvo lugar al año siguiente.
Y, ya que estamos, decir también que me parece de un cinismo brutal que alguien pueda afirmar que en 2007 fallecieron 39 personas durante el trayecto hacia Canarias, como ha cuantificado recientemente este Gobierno cuando, en realidad, fueron no menos de 700. Otra cosa es que se quiera negar lo evidente y se llame “desaparecidos”, por ejemplo, a los 88 jóvenes que hace un año y medio se hundieron frente a los ojos de la tripulación del remolcador Conde de Gondomar al sur de Canarias para así no inflar la estadística oficial y que parezca que aquí no pasa nada. Por lo que a mí respecta, y me parece que es de sentido común, esos 88 chicos están muertos y habrá que contarlos. Por más que les pese a algunos.
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