Los periódicos que se publican hoy en España llevan en sus páginas dos historias luminosas. Una, de todos conocida, es el relato desmenuzado al detalle del histórico día en que un negro llegó a ser presidente del país más poderoso de la Tierra. Menuda tarea la que tiene por delante Barack Hussein Obama si no quiere defraudar a las millones de personas en todo el mundo que confían en su buen juicio. Titánica tarea, diría yo. Pero, más allá de lo que ocurra a partir de hoy, que este hombre haya despertado toda esa ilusión y haya llegado hasta la mismísima Casa Blanca (que por algo la llaman así, que decía el doctor House), ya es toda una lección.
Sin embargo, yo, que tengo debilidad por los invisibles, me quedo con la otra historia luminosa del día. Les animo a que hagan lo mismo. Desvíen por un momento los ojos de los flashes, los focos y los desfiles militares y pasen y sigan pasando unas cuantas páginas del periódico del día. Por alguna parte, quizás en una página par del interior o incluso en un pequeño rinconcito de la sección de Sociedad o la de Sucesos, depende del diario en cuestión, hay un tizón encendido de esperanza en el ser humano que les está aguardando como si fuera un tesoro escondido.
Él se llama Wilson y es ecuatoriano. Circulaba ayer mismo con su coche por la calle Sicilia de Barcelona cuando observó como un desalmado energúmeno acuchillaba una y otra vez a una mujer en plena acera. Se paró, sacó sus “fierros de trabajo” del portabulto, como él mismo ha declarado, y le arreó un par de golpes al desgraciado en cuestión que le permitieron llevarse a la víctima del lugar y darle los primeros auxilios. Mientras pasaba esto, otros transeúntes se enfrentaban al agresor, armado con un enorme cuchillo de cocina y con una actitud muy violenta, y lo reducían hasta la llegada al lugar de la Policía.
Desconozco qué procesos químicos se produjeron en el interior de este hombre de origen ecuatoriano que le llevaron a involucrarse, incluso con riesgo de su vida, en la defensa de otra persona cuando podía haber seguido de largo como si nada. No sé qué conexiones neuronales intervienen, qué sustancia se activa en el cerebro, no tengo ni idea de cómo llamar a esta conducta, en cierto modo suicida, que contraviene todas las leyes de la propia supervivencia.
Pero más allá de todas esas dudas razonables, hay una cosa que sí tengo clara. Mucho más que el negro que hoy estrena sábanas y jardín en la Casa Blanca, enhorabuena al señor Obama y los suyos, este inmigrante corajudo, quien seguramente tiene una hipoteca que le asfixia, facturas sin pagar y un trabajo y una vida sobre el alambre es, para mí, el auténtico y singular hombre del día.
miércoles, 21 de enero de 2009
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