jueves, 25 de diciembre de 2008

CUENTO DE NAVIDAD

Hace unos meses descubrí este hermoso cuento y pensé que hoy era un buen día para compartirlo.

Era la noche de Navidad y en todas las casas se disponían las familias para celebrar la Nochebuena. De pronto, en el silencio de la noche, se oyó un fuerte ruido en la calle. Algunas personas se asomaron con miedo a sus ventanas y vieron a un grupo de hombres encapuchados que habían tirado varios adoquines contra el escaparate de un bazar, y pintaban con una brocha en la pared "¡Fuera extranjeros!"... "¡España para los españoles!"...

El bazar era propiedad de un inmigrante marroquí, que se había instalado en el barrio siete años atrás y vivía en un piso cercano con su mujer y tres hijos que estudiaban en el colegio de allí mismo.
La gente, muy asustada, corrió las cortinas o cerró sus ventanas. Al poco rato, siguieron con sus preparativos de la cena de Navidad. Nadie se atrevió a llamar a la policía. Los asaltantes se marcharon tan tranquilos y con grandes risotadas.

Al poco rato dentro de la tienda se oyeron algunas voces: "¡Vámonos a nuestra tierra!"... "Pero ¿te has vuelto loco? ¿Cómo nos vamos a ir?"... "¿Es que no te das cuenta que acá no nos quieren?.. Ea, vámonos ahora mismo"
Y el bazar empezó a bullir como si fuese un hormiguero.

El café se marchó enseguida para Colombia y Brasil de donde habían venido hacía muchísimos años. El té cogió un vuelo charter para India, Camerún y Ruanda. Los collares de diamantes sacaron vuelo para Sudáfrica, Sierra Leona y Congo. Los anillos y otras prendas de oro se fueron, muy irritados, también a Sudáfrica y Latinoamérica.

Las telas de algodón prepararon su pasaporte a Egipto y las sedas a China. Toda la ropa vaquera se fue a Estados Unidos. La carne, muy enojada, hizo sus maletas a Uruguay y Argentina y los plátanos partieron a Guatemala, Colombia, Nicaragua y Ecuador. El millo y las papas se repartieron por todos los países de Latinoamérica, donde habían nacido sus tatarabuelos. El cobre se fue a Chile y el níquel a Nigeria...

Y así, poco a poco, cada cosa se marchó a su país de origen. El bazar se iba quedando casi vacío. La gente del barrio, volvió a asomarse a sus ventanas al sentir tanto movimiento en la calle, de extranjeros que se largaban tan enfadados. Se reían de ellos y se encogían de hombros diciendo: "Bueno, que se vayan! Aquí tenemos de sobra y nuestras fábricas producen de todo"... En ese mismo momento, el fuego de sus cocinas se apagó: la comida se estropeó y sus hornos dejaron crudo el pavo, pues el gas se marchó volando a Argelia. Así que tuvieron que pedir, en todos los hogares, urgente una pizza, pero les contestaron que el servicio había quebrado: ¡Todas las pizzas se habían ido a Italia sin avisar!

Dispuestas a no quedarse sin cena navideña, muchas familias cogieron sus coches para ir a algún restaurante que quedase abierto, pero... ¡no había gasolina en sus depósitos ni en las estaciones de servicio!... El petróleo se fue a Venezuela y al Golfo Pérsico. Además los coches habían quedado hechos una birria: el caucho de las ruedas, también, se había ido a su país y las carrocerías parecían de chicle, pues el aluminio, el hierro, el plástico, etc. Ya no estaban, tampoco.

¡Vaya Navidad!... Casi desesperados, con mucha hambre y aburridos, unos conectaron el ordenador para pasar el tiempo con un video-juego, otros marcaron mensajes en sus teléfonos móviles. Pero tampoco pudieron hacerlo: nadie sabía que esos mecanismos funcionan con un mineral llamado coltán, que fue el primero en irse al Congo, de donde lo habían traído recientemente. Además, estos utensilios tan modernos, ya habían reservado billete para Japón, Taiwán y Tailandia.

"¡Bueno, no pasa nada!" Encendamos la chimenea y cantemos "Noche de Paz"... se dijeron unos a otros para animarse. Más ni siquiera eso pudieron cantar: el villancico había regresado a Austria a vivir en casa de su compositor.

Entonces, aquella gente de aquel barrio, miró con lágrimas de arrepentimiento la pintada del bazar: "¡Fuera extranjeros!"... y pensaron que no debieron haber permitido a aquellos brutos hacer tal barbaridad.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Un bello y triste relato
Nos creemos autosuficientes,sin pensar en las consecuencias de cerrar nuestras puertas y nuestras mentes a "lo desconocido"
Gracias por compartir con los demas el cuento. Ojala lo lea mucha gente

Dunia E Torres dijo...

En la entrega de los últimos Príncipe de Asturias la colombiana Ingrid Betancourt recordó a los supervivientes del holocausto nazi, que el año anterior habían sido también galardonados con el premio a la Concordia. Partiendo del discurso de aquellos dijo:
(...)"En las cíclicas repeticiones de la historia, veo con claridad que tenemos la oportunidad, una vez más, de ser aquéllos que rompen el círculo de las maldiciones. El año pasado, en esta misma ceremonia, se oyeron las voces de las víctimas del Holocausto. Quienes estaban aquí, asistieron al doloroso cuestionamiento que ellos les hacían a sus propios vecinos, aquéllos que los miraron en silencio partir hacia el infierno y que no hicieron nada.
¿Qué hubiéramos hecho nosotros? ¿Hubiésemos hecho como la mayoría, tratando de encontrar justificaciones a la infamia, para poder dormir en la tranquilidad de nuestra indiferencia? Todos queremos pensar que no. Todos quisiéramos vernos retratados del lado de los héroes anónimos que se jugaron la vida por salvar la de ese hombre, la de ese niño que sufrió.
La vida nos ha traído a la consciencia la realidad amarga de los que están presos de esa misma infamia en las selvas de Colombia, de esa misma locura revestida de otro uniforme, pero habitada de la misma crueldad. Hoy no podemos ignorar su situación y la de cientos de seres humanos que padecen la arbitrariedad de la intolerancia política, religiosa o cultural en cualquier lugar del mundo. En esta aldea global que es el mundo de hoy, todos somos vecinos. A diario podemos extender la mano y no lo hacemos.
Quiero contarles de esos vecinos míos, que nunca nos conocieron, pero que se movilizaron en el mundo entero para exigir nuestra liberación. Personas que podían quedarse en sus casas encerradas en sus propias preocupaciones, personas que no tenían, salvo su voz, ningún medio para ayudarnos. Ellos no tenían fortunas, ni tampoco poder, y mucho menos influencia. Sólo tenían el insoportable peso de dolor nuestro.
Estos vecinos nuestros rompieron el círculo vicioso de la indiferencia, y se pararon en la misma acera de los pocos, que hace años, no aceptaron el Holocausto. Lo que vino después, ya el mundo lo conoce: una red de seres humanos encontrándose en su barrio, su ciudad, su país, uniéndose con marchas, camisetas y banderines para salvarnos del olvido."(...)

La esperanza mantiene viva la 'utopía' de un mundo mejor y, en cierta forma, la Navidad, el Año Nuevo, nos renueva esa fe.

Francisco Sancho dijo...

Este "Cuento de Navidad" me fue reenviado por un buen amigo.

A mi vez, he remitido a la dirección de esta página a mis alumnos de Ética de 4º para comentar el cuento en clase.

Cualquier otro elogio oscurecería lo dicho.

Francisco Sancho

 
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