sábado, 22 de noviembre de 2008

EL INCREÍBLE CASO DE LA MUJER TRANSLÚCIDA

María Dolores vive en un barrio de una gran ciudad. Cuando le dije que iba a hablar de ella en mi próxima columna de Los Invisibles me respondió que vale, que hiciera lo que me diera la gana, pero que no pusiera en dónde vive. “¿Y si alguien lo lee y me identifica? Me da vergüenza que se sepan mis cosas”, me dijo. Yo pensé, “ya será difícil, con la poca gente que me lee”, pero bueno, no respondí nada y preferí hacerle caso para no molestarla

La conocí hace años haciendo un reportaje y hemos mantenido el contacto. María Dolores vive en un piso de 50 metros cuadrados con tres de sus hijos, dos de ellos toxicómanos y el otro recién salido de la cárcel, con su madre, prácticamente postrada en la cama desde hace dos años, y con tres nietos, dos de ellos de la mayor de sus hijas, que murió hace cuatro años de una sobredosis.

Cada mañana se levanta, le da una vuelta a su madre, prepara el desayuno para todos, pan con mantequilla y un tazón de leche caliente, acompaña a los niños al colegio, hace una pequeña compra, pañales, zumos, embutidos y mucha fruta, regresa a la casa, le da otra vuelta a su madre, prepara la comida, recoge a los niños, pone a su madre en una silla de ruedas y baja con ella y el más pequeño hasta el parque, regresa a la casa, acuesta a la madre, hace la cena, acuesta a los niños, le da de comer a su madre y, finalmente, cuando ya no le quedan fuerzas apenas, se sienta en el sofá con la mirada perdida y la tele encendida.

María Dolores vive de su exigua pensión de viuda y de los pocos euros que sus hijos no acaban metiéndose en el cuerpo en forma de drogas y alcohol. Aunque ella no lo verbalice, es una santa milagrera porque milagro y no otra cosa es sobrevivir de esa manera. Fuma y fuma un cigarrillo tras otro para aplacar los nervios y la angustia y cuando consigue que alguna de sus hijas o de sus vecinas se haga cargo de los niños y de su madre, peregrina por las instituciones en busca de ayuda. El otro día le hablaron de la Ley de Dependencia. “No sé si lo veré mientras viva”, dijo ella. Y va camino de tener razón.

A María Dolores, verla la vemos, pero como si nada. Más que invisible, es translúcida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El cuarto mundo. Ahí mismo, en el rellano de la escalera, sin salir de nuestra calle. No más allá de nuesto barrio. Sin fuerzas para sobrellevar su vida, apechuga con la vida y el peso de su prole o producto de la misma. En esta situación hay muchas personas en nuestra ciudad... y yo preocupado porque la "crisis" me jodió mi última adquisición material. Esta persona dejó de ser invisible,traslúcida.

Gracias

Ixe

 
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