Al menos 34 personas heridas a causa de la violencia policial, decenas de jóvenes arrestados y encarcelados y otras tantas casas registradas a la fuerza. Éste es el desolador paisaje que la Gendarmería marroquí dejó tras de sí el pasado lunes 22 de septiembre en la ciudad ocupada de Smara, en el Sahara Occidental. De nuevo, la impunidad de un régimen que se burla una y otra vez de las resoluciones de la ONU y que viola de manera flagrante los mínimos derechos de la gente ante la pasividad internacional.
Esta sección en la que escribo se llama Los Invisibles. Y si alguien tiene derecho por mérito propio a figurar bajo esta categoría son, precisamente, los saharauis que viven en los territorios ocupados ilegalmente por Marruecos. Nadie los ve. A nadie parecen preocuparles decenas de miles de hombres, mujeres y niños que sufren desde hace años el acoso y la violencia permanente de un régimen que no les reconoce ni derechos ni libertades, ni individuales ni colectivas. Y duele de manera especial que los canarios nos hayamos convertido en unos virtuosos del arte de mirar hacia otro lado respecto de este conflicto. No sólo estamos a tiro de piedra, sino que compartimos un pasado común. Tan pronto los hemos olvidado. O lo que es aún peor, empresarios y políticos de estas Islas se están lanzando ya sobre los recursos naturales o las posibilidades de negocio de este territorio, algo seriamente cuestionable desde la óptica de la legalidad internacional. He visto ese despliegue de violencia con mis propios ojos en ciudades como El Aaiún o en la ya citada de Smara, nadie ha tenido que venir a contármelo. Los activistas de Derechos Humanos que lo denuncian a diario se exponen a dar con sus huesos en las cárceles del régimen marroquí y, pese a tanta indiferencia, siguen en su tarea. Mientras tanto, a 100 kilómetros de allí, el Parlamento de Canarias se reúne, el Cabildo de Gran Canaria aprueba una moción y crece una ola de indignación… porque un bufón mediático quiere cambiar el nombre de una isla. Tanto ruido para nada. ¿Qué quieren que les diga? A lo mejor tendríamos que dejar de mirarnos un poco el ombligo.
Esta sección en la que escribo se llama Los Invisibles. Y si alguien tiene derecho por mérito propio a figurar bajo esta categoría son, precisamente, los saharauis que viven en los territorios ocupados ilegalmente por Marruecos. Nadie los ve. A nadie parecen preocuparles decenas de miles de hombres, mujeres y niños que sufren desde hace años el acoso y la violencia permanente de un régimen que no les reconoce ni derechos ni libertades, ni individuales ni colectivas. Y duele de manera especial que los canarios nos hayamos convertido en unos virtuosos del arte de mirar hacia otro lado respecto de este conflicto. No sólo estamos a tiro de piedra, sino que compartimos un pasado común. Tan pronto los hemos olvidado. O lo que es aún peor, empresarios y políticos de estas Islas se están lanzando ya sobre los recursos naturales o las posibilidades de negocio de este territorio, algo seriamente cuestionable desde la óptica de la legalidad internacional. He visto ese despliegue de violencia con mis propios ojos en ciudades como El Aaiún o en la ya citada de Smara, nadie ha tenido que venir a contármelo. Los activistas de Derechos Humanos que lo denuncian a diario se exponen a dar con sus huesos en las cárceles del régimen marroquí y, pese a tanta indiferencia, siguen en su tarea. Mientras tanto, a 100 kilómetros de allí, el Parlamento de Canarias se reúne, el Cabildo de Gran Canaria aprueba una moción y crece una ola de indignación… porque un bufón mediático quiere cambiar el nombre de una isla. Tanto ruido para nada. ¿Qué quieren que les diga? A lo mejor tendríamos que dejar de mirarnos un poco el ombligo.
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