martes, 10 de noviembre de 2009

EL ARTE DE CRUZAR LAS FRONTERAS


En los últimos días he hablado mucho de periodismo con buenos amigos. Durante amenos y largos ratos, compañeros de profesión y gente simplemente interesada en este mundillo nos hemos afanado en expresar nuestras opiniones acerca del futuro de este oficio, que si la crisis del papel está golpeando con fuerza, que si los medios digitales tampoco acaban de arrancar, que si calidad frente a amarillismo, que si inmediatez, que si reflexión.

Desde luego, no estamos en el mejor momento. La crisis económica también está dando duro, y de qué manera, a los medios de comunicación. Decenas de colegas se agarran a la silla a esperar que escampe porque es muy fácil, en los tiempos que corren, quedarte en la calle y sin llavín. Pero para las empresas la situación no es mejor. La publicidad se ha desplomado y las ventas no dejan de caer. Ya casi no es noticia el cierre de algún periódico y los que quedan en pie recortan el tamaño de sus páginas, despiden trabajadores, se aprietan el cinturón.

En este contexto, no es extraño ver cómo cabeceras que antes se mostraban críticas y combativas con la corrupción y el despilfarro, ahora agachan la testuz y se pliegan a los intereses de gobiernos y partidos a cambio de unas migajas; radios que se habían convertido en un espacio de libertad se dedican en la actualidad a cantar las alabanzas de los viejos enemigos; medios, en fin, donde lo importante era la verdad y ahora su único empeño es ocultarla o disfrazarla para no disgustar a quienes les sustentan con dinero público, vía contratos o anuncios. Y las pocas voces críticas son ninguneadas y apartadas, asfixiadas económicamente, cuando no vapuleadas en la plaza pública, a la vista de todos.

Y en medio de tanta loa y tanta alabanza, de tanto miedo a la verdad, los medios se vuelven mustios y asustadizos, como si no supieran por dónde tirar, desconectados cada vez más de la gente a la que quieren dirigirse. Y los periodistas nos pasamos todo el tiempo colgados del teléfono o metidos en la redacción, como si fuéramos funcionarios. Nunca una buena historia, y eso creo que debemos ser, contadores de historias, se escribió sin revolcarte en ella, sin meter la cabeza, las piernas, los brazos y todo el cuerpo en el barro del que está hecha. Nunca se pudo contar nada en condiciones sentado en una silla de un despacho. La vida, la de verdad, no transita por los tubos del aire acondicionado.

Por todo eso, precisamente en momentos como éste, es cuando vuelvo a gente como Ryszard Kapuscinski. El periodista polaco, autor de obras como Ébano, El Emperador o El imperio, entre otras muchas, maestro de periodistas y uno de los mejores reporteros del siglo XX, también dedicó una parte de su vida a reflexionar sobre su profesión y algunas de sus ideas las plasmó en el libro Los cínicos no sirven para este oficio. Y hoy quería quedarme con una de sus frases maravillosas.

“Toda la vida es cruzar permanentemente las fronteras, no solo las fronteras geográficas sino también de idiomas, creencias, entendimiento, psicológicas. La vida humana es vida dentro de una red de diferentes tipos de fronteras. Y el deber del periodista es tratar de infiltrarse, de meterse adentro, es parte de nuestro trabajo. Siempre creí que los reporteros somos los buscadores de contextos, de las causas que explican lo que sucede. Quizá por eso los periódicos, tan interesados en las pequeñas noticias sin contexto, son ahora más aburridos y están perdiendo ventas en todo el mundo”.

Creo que en eso estaba en lo cierto, los periodistas cada vez cruzamos menos fronteras.

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