domingo, 1 de marzo de 2009

MUERA LA HOSPITALIDAD

Desde el martes pasado estoy en Senegal. Como periodista, voy aquí y allá, metiendo las narices donde nadie me llama, haciendo fotos, grabando un vídeo con mi amigo Adolfo. Al principio siempre es difícil. El otro día, en el barrio de pescadores de Guet Ndar (Saint Louis), casi le pegan a un chico que conocimos por intentar hacer unas fotos. Sin embargo, si pides permiso, si preguntas, si te muestras amable, las cosas suelen salir bien.

En este viaje y de momento, África me ha hecho dos regalos. El primero fue un atardecer maravilloso. El sol ya estaba cayendo y regresando a Saint Louis desde el sur decidimos parar para grabarlo. Quienes conocen este continente saben que la luz de esos instantes es indescriptible. Un enorme sol anaranjado se escondía entre las ramas de los baobabs (árboles orgullosos a los que Dios puso del revés por su soberbia) y un grupo de niños con un burro se acercó a jugar con los toubab (blancos) locos que graban cualquier cosa. El otro regalo ha sido, una vez más, el buen rollo de la gente, su alegría, su dignidad, sus ganas de ayudarte y de ayudarse, su filosofía de la vida, su respeto.

Y recordaba yo estos días cómo nuestra nueva Ley de Extranjería promovida por el Gobierno de Zapatero pretende multar a todo aquel que ayude a un inmigrante sin papeles. Dicho de otra manera y pese a quien le pese, a una persona de carne y hueso. Es decir, que hemos elevado a la categoría de delito, de falta punible, lo que por esta tierra no es sino hospitalidad. Menudo disparate. Si ésta es la mejor política de inmigración que puede hacer un partido de izquierdas, mejor que se hubieran quedado en las catacumbas.

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