miércoles, 26 de noviembre de 2008

DOMINGO POR LA MAÑANA

Domingo por la mañana. En un pequeño pueblo de la provincia de Lleida, cinco africanos y un blanco (yo) charlan de manera distendida sobre las cosas de aquí y las cosas de allá. Hace tanto frío en la casa que no nos atrevemos ni a sacarnos el abrigo. Afuera, sopla un viento helado; adentro, una estufa de leña en una esquina de la habitación intenta calentar un poco, pero ni se nota su presencia. La madera es escasa y hay que administrarla.

De repente, entra un empresario blanco. “Necesito alguien”, dice. Me dirige una ojeada fugaz que revela sorpresa, pero sigue a lo suyo. Mientras, los africanos se miran con un gesto de duda. “Es para una hora. Hay que recoger un material allí, en la finca”. Uno de los chicos, un senegalés alto y fuerte llamado Djibril, se levanta de la cama, asiente con la cabeza y responde. “Voy a cambiarme”. “Vale, date prisa, te espero fuera”, añade el empresario. Lo miro mientras se calza un mono azul sobre la ropa con la que había dormido. Él me mira y sonríe. “Es lo que hay”, dice.

Pasada una hora larga, regresa. Está contento. Cuando menos se lo esperaba, en un día en que no suele haber trabajo, se ha ganado cinco euros. Cinco euros por una hora de faena. No está mal. Si trabajara durante ocho horas al día los cinco días de la semana ganaría 800 euros al mes. Y quizás así pudiera alquilarse una habitación para él solo en un piso con calefacción y no pasarse todo el día tiritando dentro de la casa junto a sus cinco compañeros de infortunio.

Sin embargo, rara es la semana en que cada uno de ellos logra trabajar diez horas seguidas, con lo cual no ganan ni 200 al mes. Con esta exigua renta, Djibril y sus amigos sin papeles compran la comida, pagan sus gastos cotidianos y, además, envían dinero a sus familiares para que desde allá no les acusen de insolidarios y de haberse convertido en negros olvidadizos que ya no se acuerdan de los suyos.

En los campos de frutales de la próspera Lleida casi todo se detiene durante el invierno. Hace demasiado frío. Los manzanos y los melocotoneros se suceden en regular alternancia a ambos márgenes de la carretera como un ejército desnudo. Los negros con suerte se van a Jaén, a la campaña de la aceituna, o al plástico almeriense a probar fortuna. Al menos allí no hará tanto frío. Otros, sin embargo, esperan y esperan largas horas cada día en los cruces de los caminos o dentro de las casas, helados, a que un empresario providencial les tire unas migajas de trabajo.

sábado, 22 de noviembre de 2008

EL INCREÍBLE CASO DE LA MUJER TRANSLÚCIDA

María Dolores vive en un barrio de una gran ciudad. Cuando le dije que iba a hablar de ella en mi próxima columna de Los Invisibles me respondió que vale, que hiciera lo que me diera la gana, pero que no pusiera en dónde vive. “¿Y si alguien lo lee y me identifica? Me da vergüenza que se sepan mis cosas”, me dijo. Yo pensé, “ya será difícil, con la poca gente que me lee”, pero bueno, no respondí nada y preferí hacerle caso para no molestarla

La conocí hace años haciendo un reportaje y hemos mantenido el contacto. María Dolores vive en un piso de 50 metros cuadrados con tres de sus hijos, dos de ellos toxicómanos y el otro recién salido de la cárcel, con su madre, prácticamente postrada en la cama desde hace dos años, y con tres nietos, dos de ellos de la mayor de sus hijas, que murió hace cuatro años de una sobredosis.

Cada mañana se levanta, le da una vuelta a su madre, prepara el desayuno para todos, pan con mantequilla y un tazón de leche caliente, acompaña a los niños al colegio, hace una pequeña compra, pañales, zumos, embutidos y mucha fruta, regresa a la casa, le da otra vuelta a su madre, prepara la comida, recoge a los niños, pone a su madre en una silla de ruedas y baja con ella y el más pequeño hasta el parque, regresa a la casa, acuesta a la madre, hace la cena, acuesta a los niños, le da de comer a su madre y, finalmente, cuando ya no le quedan fuerzas apenas, se sienta en el sofá con la mirada perdida y la tele encendida.

María Dolores vive de su exigua pensión de viuda y de los pocos euros que sus hijos no acaban metiéndose en el cuerpo en forma de drogas y alcohol. Aunque ella no lo verbalice, es una santa milagrera porque milagro y no otra cosa es sobrevivir de esa manera. Fuma y fuma un cigarrillo tras otro para aplacar los nervios y la angustia y cuando consigue que alguna de sus hijas o de sus vecinas se haga cargo de los niños y de su madre, peregrina por las instituciones en busca de ayuda. El otro día le hablaron de la Ley de Dependencia. “No sé si lo veré mientras viva”, dijo ella. Y va camino de tener razón.

A María Dolores, verla la vemos, pero como si nada. Más que invisible, es translúcida.

viernes, 14 de noviembre de 2008

SOLIDARIDAD CON EL SAHARA

LA ASOCIACIÓN CANARIA DE SOLIDARIDAD CON EL PUEBLO SAHARAUI

les invita, un año más, a participar en el acto del 14 de noviembre, a defender el derecho del pueblo saharaui a la libre elección de su futuro y a exigir que se respeten los derechos humanos en el Sáhara Occidental ocupado ilegalmente por Marruecos.

El 14 de Noviembre de 1975 fue el día en que se firmó el acuerdo tripartito entre España, Marruecos y Mauritania para el reparto del Territorio del Sáhara Occidental. Después de treinta y tres años el futuro de la región sigue pendiente de un acuerdo que respete el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui, siempre en el marco de las Naciones Unidas.

El acto tendrá lugar en el Parque San Telmo, el día 14 de noviembre a las 19 horas, y contará con proyecciones audiovisuales y con una vigilia por el Sáhara Occidental.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

VEINTE AÑOS DESPUÉS


Fue en la playa andaluza de Los Lances. El otro día lo recordaba el periodista Luis de Vega en ABC. Una barca de madera de cinco metros de eslora aparecía varada en la orilla y, a pocos metros, el cuerpo sin vida de un joven boca arriba y con los brazos abiertos. La foto la publicó el Diario de Cádiz y la firmaba, al igual que la crónica, Ildefonso Sena. El 1 de noviembre de 1988, hace ahora 20 años, se abrió de forma oficial una siniestra estadística de muertes y desapariciones de inmigrantes intentando llegar a España que algunos cifran en 18.000 y que ayer mismo volvió a crecer con el fallecimiento de dos africanos en un hospital tinerfeño.

El otro día lo recordaba el propio periodista gaditano. “Una patrulla había localizado a cinco marroquíes mojados y sin papeles en la carretera. Apenas hicieron falta palabras o gestos para comprender lo ocurrido. La siguiente escena fue la del casco de una patera varada y junto a ella el cadáver de un joven con rasgos marroquíes”, decía Sena en un acto celebrado en la propia playa de Los Lances. En las horas siguientes el mar arrojó diez cadáveres más y siete personas fueron dadas por desaparecidas para siempre. En total, 18 muertos y 5 supervivientes.

Hace unos pocos días me lo contaba el periodista andaluz Juan José Téllez, autor del libro “Moros en la Costa”, ex director del periódico Europa Sur y uno de los profesionales que mejor conoce el fenómeno de la inmigración en España. Me decía que ya desde 1987 llegaban inmigrantes a las costas andaluzas y que algunos murieron, pero que las autoridades se empeñaron en ocultarlo, haciéndolos pasar por traficantes de hachís. “Un crimen está ocurriendo a nuestro lado y, sorprendentemente, nosotros sólo sentimos miedo de las víctimas”, reflexionaba.

Ese crimen al que se refiere el maestro Téllez sigue ocurriendo. Aquí y ahora. En las últimas 48 horas han fallecido cinco inmigrantes en Canarias que no tendrán funerales de Estado ni ayudas para sus familias. Pasaron 20 años y todo igual a este lado del mundo.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

UNA HISTORIA CHIQUITITA


José Sosa Déniz, latero y afiliado al PSOE, fue detenido y asesinado en diciembre de 1936 en Arucas más por lo segundo que por lo primero. Su mujer siempre pensó que su cuerpo había sido arrojado a un pozo situado cerca de Montaña Cardones, en un lugar conocido como el Llano de las Brujas. Hasta allí acudía en los años cuarenta con su hija Pino a arrojar ramilletes de flores silvestres por la boca del pozo, sin saber a ciencia cierta si los restos de José estaban allí abajo.

Aún es pronto para asegurar si alguno de los fragmentos de hueso hallados el pasado viernes en este pozo, pertenecientes a dos cráneos humanos, es de José Sosa. Aún es pronto, incluso, para certificar que se trata de evidencias de personas que fueron fusiladas y arrojadas allí durante la Guerra Civil Española. Mucha excavación y muchas pruebas deberán ser realizadas aún. Pero tras setenta años, por fin algo se está moviendo. Quizás hasta llegue el día en que todos, los muertos y también los vivos, tengan su merecido descanso porque al menos se sabrá con certeza lo ocurrido.

Hoy, el día en que todos deberíamos estar hablando de esa gran historia llamada Barack Obama y de la primera vez en que un negro va a presidir el país más poderoso del mundo, se me viene a la cabeza esta historia chiquitita, la de Pino Sosa y su lucha por recuperar la memoria de su padre, la de tanta gente invisible que sólo tiene su dignidad por bandera y que están dispuestos a llegar hasta el final en su lucha imposible. Quién le iba a decir a Pino que su pozo se iba a excavar finalmente y que su madre a lo mejor no estaba tan equivocada y que tanto tiempo ha valido la pena porque la verdad, al final, es una sola para todos y acaba saliendo a la luz. Quién se lo iba a decir.
 
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